domingo, 21 de enero de 2018

Me iba a sentar de escribir después de un año casi sin hacerlo. Y me topé con mi último post. De mierda, por cierto. Sólo para darme cuenta que me encuentro otra vez en el mismo lugar. Por razones totalmente diferentes. Sin embargo, leerme y darme cuenta que tropiezo una y otra vez con la misma piedra, me envalentona para entender que la única que puede cambiar esa realidad que me arrastra y me lleva hasta lo más profundo, donde toco fondo y me cuesta un huevo y medio subir, soy yo. Hay situaciones que están fuera de nuestro control y tienen que pasar y uno ponerle la mejor onda. Lisa y llanamente. Aumentos que te desequilibran el sueldo, un mal día en el trabajo, una noche entrecortada con los chicos, un bondi que se te fue. La vida misma. Pero otras no. Por momentos, parezco empeñada en hacerme infeliz, en dejar que no me valoren, en no alzar mi voz, en no decir "basta, se terminó". En no elegir todo lo que sí me hace feliz, los lugares en lo que me reclaman con amor, me miman, me valoran. Me veo sudando la camiseta por una batalla que ya está perdida, que está fuera de mi alcance, con muchos fantasmas y cargas que no son mías, y que yo por ese instinto utópico que tengo, pretendo una y otra vez ganar esa batalla. Dar toda mi energía por no resignarme a creer que no puedo lograr algo mejor. Por dar ese salto superador de generaciones que se vienen haciendo bosta contra la pared. No hay un cierre para este post. Tan sólo pensar que todas mis cartas ya fueron echadas, que no me queda nada en el tintero, que tengo que mirar al futuro, que otras personas me necesitan entera y con mis creencias firmes para no volver a tropezar. Que puedo elegir ser feliz porque lo soy y lo tengo todo. Y no empeñarme en ese único aspecto en el que no puedo triunfar porque no depende de mí. La distancia acomoda. Uno no puede elegir con quién hacerse mierda el corazón pero sí cuando decir "basta, se terminó". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario